lunes, octubre 01, 2007

SUEÑOS DE PRIMAVERA” (CAPIULO 3)


La desesperación comenzó a descansar cuando apoyado contra la pared se rodeó de la oscuridad de la noche que lo dejó fuera del alcance de aquellos apatotados mal vivientes.
El viento comenzaba a elevar su velocidad, degustando los primeros sabores a polvo mojado, que seguramente tormentas lejanas producían desde algún pasado lugar. Villegas, ya recompuesto alzó la mirada y agradeció una vez más a su ángel guardián la protección. Pero la muerte hubiese sido tal vez, la solución más razonable para tan precaria vida. Solo en un pueblo desconocido, sin nadie que lo esperaba en ningún lugar. En un mundo totalmente desolado. Y para males, el barco que le permitía desarrollar la única tarea por la cual se sentía útil, hizo su abandono la mañana anterior en el muelle de Mar Escondido.
“Yo he visto el sendero de la nostalgia. He combatido su maleza. He podido cruzarlo por días, años enteros. Pude reflejarme en su horizonte, y sin embargo, sigo en la desdicha del sufrimiento, que tal vez por consigna, sea eterno”
Caminó por una calle de ripio mojado, que lo llevó ante la puerta de un bar. Éste, descubría una tenue luz azul que invitaba a ingresar. Sentado en la mesa más próxima a la puerta levantó la mano solicitando la atención del cantinero que no tardó en traer la medida de licor de caña solicitada. “Es de la mejor del lugar, preparada artesanalmente por Choquito (un joven de unos 35 años que había adquirido la habilidad de la destilería de la mano de su fallecido abuelo, el viejo Benjamín). No sabe a alcohol.” Y efectivamente. El producto era de los buenos. Tragó agitando el cuello el néctar de caña que entró como una gota de lava al cuerpo de Villar Villegas. Sin tanto cuidado, y en actitud de suicidio pidió una nueva medida. Y luego otra. Y una nueva. Sus recuerdos y penas se incendiaban junto con su esófago. La mirada comenzaba a desnivelar el lugar. Yo lo miraba desde otra mesa. Me habían encomendado seguirlo hasta que cayera. Hasta que no le quedara otra que pedir ayuda, pedir perdón. Pero Villegas siempre florecía, Tal vez de un color grisáceo, algo transparente, pero florecía. Hacíamos lo imposible para verle derrotado, pero el siempre nos brindaba una nueva pelea.
Lo vi dormir por casi dos horas. No despertó al son del alto volumen de parlante que daba a sus espaldas. Algunos chistaron ante su graciosa imagen.
A las 4 de la madrugada se despertó, pidió la cuenta. Sacó las últimas seis monedas atrapadas en su bolsillo y se retiró del bar, mirándome a los ojos como pidiéndome que lo siguiera. Tal vez había llegado el momento de acordar. De darnos cada uno su entrega….
Juan Maldonado

No hay comentarios.:

Música

  • De todo un poco. La que me suena sincera...

Libros

  • Los que no terminan rapidamente
Powered By Blogger